Lo que importa del juego, ya sea al aire libre o en pantalla, es su riqueza
La cultura digital ya es parte de la vida cotidiana, incluso en los períodos de descanso. Suele ocupar un lugar importante en la sociabilidad y entretenimiento de las jóvenes generaciones cuando concluyen las clases. Desde la llegada de Internet, hace unos diez años, la cultura cambió y las vacaciones también.
En relación con las nuevas tecnologías, probablemente lo que menos haya cambiado sea la escuela. Y esto es un problema, porque los usos lúdicos y los intercambios desiguales que hacen ricos y pobres a través de la web no sólo expresan una fractura cultural, sino que no hay instituciones que entren en diálogo con lo nuevo. Lo que significa que tampoco hay quienes preparen esos "tiempos libres" para que allí se pongan en juego recursos intelectuales y afectivos que los conviertan en disfrutables y provechosos.
Que las vacaciones incluyan la lectura en pantalla o con libros, que los intercambios con amigos sean cara a cara o virtuales, que los juegos con cartas sean con el mazo en la mano o con el teclado, que el partido de fútbol se dé al aire libre o en una pantalla, no son en sí mismos problemas.
Sí habría que detenerse en qué es lo que aportan esos juegos y cuál es su riqueza. El problema somos también los adultos: el temor a esas tecnologías no conduce a buen puerto, así como tampoco dejar a los chicos a la deriva. En el medio, están nuestras palabras, nuestra curiosidad, el "vamos juntos", el "probemos" y, a veces, por qué no, el "no, porque no es bueno".
Silvia Finocchio. PROFESORA
CLARÍN - Jueves | 05.01.2006 - Sociedad
