Cuando hablo de los niños pequeños y de sus emociones, una frase que siempre digo y defiendo es que nuestros peques son unos verdaderos profesionales de lo emocional y que los adultos tenemos mucho que aprender de ellos. Ellos saben mucho más de emociones que nosotros porque ellos sobre todo sienten y nosotros, llegados al mundo adulto, sobre todo pensamos.
En nuestro camino hacia la adultez hemos aprendido a desarrollar nuestras Inteligencias Lingüística, Lógico-Matemática, Espacial, Musical y Corporal Cinética; pero poco nos han ido enseñando sobre cómo desarrollar nuestra Inteligencia Emocional. Por lo tanto, poco hemos aprendido sobre cómo atender lo que sentimos, cómo lo expresamos y cómo lo canalizamos a favor de nuestro bienestar emocional. En cambio nuestros niños pequeños, si algo no pueden evitar, es sentir; sentir por todos los poros de su piel diferentes estados emocionales que irán cambiando y evolucionando a lo largo de su infancia.
La limitación de nuestros pequeños se encuentra en la identificación de sus diferentes estados emocionales, es decir, no saben cómo se llaman esas sensaciones que notan en su cuerpo (además de forma tan intensa, ya sea agradable o desagradable), no saben por qué lo sienten ni tampoco saben cómo pueden llegar a encontrarse mejor o a canalizarlo de tal forma que les ofrezca calma o bienestar.
Además de ser unos profesionales emocionales, en cuanto a la naturalidad y expresividad de sus emociones, nuestros niños y niñas pequeños son además esponjas emocionales: tienen la capacidad innata de absorber las emociones de su entorno, principalmente las que provienen de las personas que les cuidan, como de sus padres o profesores.
Por lo tanto, las emociones están presentes todos los días en las vidas de nuestros pequeños y también en la de los adultos. La única diferencia entre un bebé o un niño y un adulto es que los dos primeros solo pueden ponerles nombre y gestionarlas con el acompañamiento del adulto, para poder así ir aprendiendo y adquiriendo herramientas y recursos personales. El niño, por eso, necesita al adulto para aprender.
El pasado año, un periódico español, lavanguardia.com, publicaba una noticia cuyo titular decía: Nueva
asignatura: Emociones. Médicos piden que los colegios incluyan la Educación emocional en el currículo para mejorar los resultados. Esta noticia se basaba en el último informe Faros sobre salud de la infancia y la adolescencia del Hospital Sant Joan de Déu de la ciudad de Barcelona (España) que concluye que el bienestar emocional influye directamente en el progreso académico. Por fin desde la comunidad médica se está dando la importancia que tienen las emociones en nuestro estado de salud, y además, en los buenos resultados académicos. Un aprendizaje, el emocional, que debe empezar en edades bien tempranas y no solo en la familia sino también en la escuela.
asignatura: Emociones. Médicos piden que los colegios incluyan la Educación emocional en el currículo para mejorar los resultados. Esta noticia se basaba en el último informe Faros sobre salud de la infancia y la adolescencia del Hospital Sant Joan de Déu de la ciudad de Barcelona (España) que concluye que el bienestar emocional influye directamente en el progreso académico. Por fin desde la comunidad médica se está dando la importancia que tienen las emociones en nuestro estado de salud, y además, en los buenos resultados académicos. Un aprendizaje, el emocional, que debe empezar en edades bien tempranas y no solo en la familia sino también en la escuela.
La Educación emocional, que es el proceso durante el cual se va desarrollando la inteligencia emocional, debe estar presente en las aulas de forma explícita en el currículo, y para ello el profesorado se debe formar y así enseñar a sus alumnos desde los ciclos de infantil a ir conociendo sus propias emociones, las ajenas y gestionarlas adecuadamente.
La Revista Digital de Edúkame desarrolla mensualmente estrategias, información profesional y recursos para dotar al profesorado de herramientas que les permitan enseñar a sus alumnos a: identificar sus emociones, ofrecer vocabulario emocional, enseñar a expresarlas de forma adecuada, reconocer las emociones en los demás, a aceptarlas, a validarlas, a gestionarlas adecuadamente, etc. Y todo ello inmerso en las etapas o experiencias propias de la infancia.
La inteligencia emocional engloba todas aquellas capacidades que nos permiten resolver problemas relacionados con las emociones y los sentimientos. Para que nuestros alumnos e hijos sean felices es más importante que sepan descifrar lo que les ocurre y actúen en consecuencia, que tener almacenados muchos conocimientos y no saber hacer uso de ellos.
Cristina García. Pedagoga, terapeuta Gestalt y orientadora familiar. Apasionada del mundo y desarrollo del niño, Cristina es experta en Educación Infantil y Emocional. Así, reparte su tiempo entre su labor como mamá de dos preciosos niños y sus tareas en Edúkame, web familiar e infantil – de la que es co-fundadora y directora de contenidos – y la consulta terapéutica.
Publicado en www.redem.org