Había una vez un hombrecito
chiquitico que quería ser grande. Vivía en un planeta lleno de tantas
injusticias y tanta corrupción que hasta el viento travieso le soplaba
indiferencias a cada rato y por todas partes.
-Cuando sea grande –se decía- seré maestro, y esta tierra
de enanos dará los frutos que nunca nos comimos, así como la sombra de
los árboles que tanto nos faltó y nos secó la piel de niños.
Y
así fue. Con gran esmero y con el dulce sabor a caramelos que su propia
motivación le fue dando para ser grande como quería, aprendió a pensar
como ninguno. Su creatividad le bastó para conseguir lo que quería.
-También seré el maestro más rico de este planeta –se repetía
constantemente cada vez que recibía el golpe de las burlas de sus
amiguitos porque asistía a la escuela entre remiendos de calzones y
alpargatas. Es que a sus padres apenas les alcanzaba para un almuerzo de
cambures sancochados con arvejas cocinadas al fuego lento entre los
cantos y resignaciones de una madre embarazada cada dos años y medio-.
Brilló, pues, aquel hombrecito chiquitico como cocuyos en inteligencia y
un buen día se graduó como maestro con las mejores calificaciones. Rápidamente consiguió trabajo.
Enseñaba a sus alumnos y alumnas
diferente a otros y a como él había aprendido entre castigos y
maltratos.
Acudía siempre a un cuaderno de apuntes por oposición que
escribía en cada clase de un “pirata”, como le llamaba a los maestros
que enseñaban con espadas y parchos en sus ojos por la forma de hacer
uso de su propia metodología. Allí, en ese cuadernito con hojas
golpeadas por el tiempo, escribió un sinfín de necesidades pedagógicas
qué regalar a los pequeños en el aula, inclusive a los grandes de la
historia. Sus enseñanzas se desarrollaron entre juegos y sonrisas,
confundidas entre saltos y canciones inventadas. Y mientras otros
maestros gastaban y gastaban para impactar y dar sus clases magistrales
en medio de adornos con los que fueron rellenado sus vacíos pedagógicos,
aquel maestro pequeñito -que ahora comenzaba a hacerse grande- se hacía
rico inadvertidamente.
Las bondades de los más agradecidos con
los que, por suerte, les tocó compartir la mejor de sus experiencias
escolares, lo fueron llenando de riquezas. Y mientras más recibía más
iba compartiendo. No podía evitar los retornos que desde el cielo le
enviaba el Todopoderoso. Fue así como llegó a tener el jardín más lindo
del mundo con las flores que sus estudiantes le fueron regalando.
Asimismo, sembrando junto a ellos las semillas de los frutos que
diariamente le fueron obsequiando, alcanzó a vivir en medio del bosque
fructífero que soñó tener toda la vida. Llenó su casa de lámparas con la
brillantez de su inteligencia, y con la dulzura de su corazón aromatizó
el camino de la pedagogía. Llegó a tener la biblioteca más completa que
nadie antes imaginó jamás: la construyó con su saber y las historias
infantiles que escuchó y recibió al final de una clase en hojas sueltas
con dibujos llenos de piratas y cometas, cruzando mares y estrellas como
sueños. Depositó, pues, en el banco aquellos millardos de afectos,
bendiciones y agradecimientos que a diario recibió de la gente que supo
realmente apreciar su talento humano.
Aquel maestro se
convirtió en el maestro más rico del mundo porque aprendió a no ahorrar
las frivolidades de la competencia ni las simplezas mismas de la vanidad
que no hacen más que dejar vacíos los corazones de los hombres. Ése fue
su secreto para hacerse rico y grande entre grandes, pues en contacto
con los niños y niñas de la escuela de la vida comprendió que nada pesa y
mucho vale regalar sonrisas, afectos, besos, abrazos y caricias
positivas para fabricarnos una vida llena de riqueza espiritual, una
vida de amor para elevarnos y acercarnos más a Dios.
Ésta fue
la herencia que dejó a sus hijos, maestros también como él, contaditos
con los dedos de las manos y que hoy, muy cerquita de nosotros -aunque
desapercibidos- dignifican el nombre de “EL MAESTRO MÁS RICO DEL MUNDO”
de esta historia.
AUTORA: PROFA. Carla Fabiola Altuve Cedeño
publicó enMaestra Jardinera
EL MAESTRO MÁS RICO DEL MUNDO
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QUE CANTEN LOS NIÑOS
Seguimos despues de muchos años sin escucharlos y son tantos los que estan cantando con su lloro y penas que no escuchamos sus voces....pensemos en ellos cada dia un poco,hagamos pequeños gestos con los que tenemos al lado...todos necesitan un poco de Amor....no los dejemos de querer nunca,son inocentes expuestos ha este Mundo voraz y materialista.