Hasta no hace mucho tiempo, la adolescencia
era una etapa de la vida signada por la contradicción entre los grandes
ideales románticos (románticos en los dos sentidos, el de protagonizar
una epopeya heroica o también el de participar de un gran romance) y la
angustia del "no poder", del "no alcanzar" porque el adolescente carecía
de los recursos materiales y simbólicos que a los adultos les permitía
independencia y autonomía: los adolescentes eran adolescentes porque
todavía no podían tomar decisiones por sí mismos, y cuando las tomaban,
se las criticaba por su inmadurez o su incapacidad.
Los adolescentes de antes eran puestos por nuestras sociedades en el
lugar de la espera (a llegar a ser adulto), de la transición (a la
adultez): la adolescencia era, a lo sumo, un momento de experimentación
que se encauzaría con los beneficios de la adultez: el dinero del
trabajo adulto, el sexo y el amor sin limitaciones (o con los límites
que el adulto se autoimponía), la estabilidad de conformar adultamente
una familia, el prestigio de vestirse como adulto, el reconocimiento al
hablar con el lenguaje de los adultos, la exclusividad de poder ingresar
a los lugares solo permitidos para adultos.
El adolescente de antes -pobres, nosotros, los que ahora tenemos más
de 40 y queremos convencernos de que nuestro tiempo pasado era mejor-
sufría la exclusión de no acceder a aquellos espacios vedados a los
menores de 18, o de tener que dejar lugares públicos a las 22hs., de
poseer un cuerpo al que se lo caracterizaba de "torpe" e "inmaduro".
Para colmo, el mundo adulto subestimaba al adolescente por utilizar un
léxico, usar una vestimenta o escuchar una música apenas aceptable para
la edad, transitoria, burda, mejorable. La adolescencia era una etapa de
la vida por suerte pasajera, un tanto absurda, que por fortuna
desaparecía con el mero paso del tiempo.
No hace falta aclarar que este panorama hace tiempo estalló en mil
pedazos y hoy, esta ecuación parece haberse invertido. Son los adultos
los que intentan parecerse a los adolescentes: escuchan su música o al
menos la conocen, tratan de usar (con algo de dignidad) su ropa, se
animan a sus piercing y a sus tatuajes. Son adultos cool, ¿ok?
Los adultos ahora tratan de parecer "copados": hablan como
adolescentes, se mimetizan en su "onda" y hasta tratan de retener en la
medida de sus posibilidades su propio cuerpo como un cuerpo adolescente:
que el cuerpo parezca puro, sin usar, virgen de paso del tiempo. Los
adultos "copados" entienden, acompañan, son "gambas", nunca dicen "no"
porque "esto es lo que decidieron los chicos". A veces ayudan y socorren
a los adolescentes hasta en lo que los asusta o no están de acuerdo
(tatuajes, horarios, alcohol, drogas) porque "más vale que la guita se
la dé yo antes que se la consigan por otro lado", ¿Es re obvio, no? Estos adultos son unos re ídolos.
Ya no quedan sino unas pocas fronteras sociales entre adultos y
adolescentes: a todos se nos ha dado ver lo mismo, saber lo mismo,
escuchar lo mismo, participar casi de lo mismo. Baja la edad de
imputabilidad penal y baja la edad de mayoría de edad. Pero no solamente
estas cuestiones legales; hay más. El baile del caño ya no está
reservado a experimentados y maduros cabareteros trasnochadores, y el
porno perdió todo su misterio y está a apenas a un clic de distancia de
cualquiera al que le interese. Ya no hay "horario de protección al
menor" o por lo menos nadie se desgañita por hacerlo respetar, y son los
adultos los que se van a dormir a las 22hs. Los que consiguen dormir,
claro.
El modelo central de identificación social de nuestras sociedades ya
no es adulto: ¿a quién le importa crecer? Al contrario, un adulto con
fisonomía adolescente parece ser el ideal corporal de estos tiempos,
mientras que el resto de los adultos son dinosaurios de una especie en
vías de extinción. Como bien dice el tema de los Auténticos Decadentes
"Quiero ser un pendejo/ aunque me vuelva viejo". Ahora todos somos
"chicos". "¿Qué van a tomar, chicos?", nos pregunta la joven camarera de
un bar de Palermo Hollywood a mi amigo Tedy y a mí, quienes entre ambos
sumamos casi un siglo. ¿Los de Gran Hermano? Son todos "chicos", aunque
tengan más de treinta. Los chorros ahora también son pibes.
No es que la adolescencia actual dure más que la de antes, como se
dice por ahí. Lo que ocurre es que ya casi no hay distinción entre
adolescencia y adultez en un mundo en el que a pocos se les ocurre
invocar su propia experiencia o su sabiduría de la vida como un valor
positivo. Y los que se hacen los sabios son denostados: al fin de
cuentas aparecen como autoritarios imponedores de criterios pasados de
moda. Están re out.
Es este un mundo en el que ya nadie ostenta con orgullo las canas y
las arrugas. Nadie se vanagloria de las vueltas de la vida. Y, a la
inversa, ya no es considerado un insulto el ser joven. Raúl Porchetto
cantaba hace treinta años "Todo lo que hagas, pibe, no es bueno,/ hoy
ser joven no tiene perdón." Lo que no tiene perdón hoy es dejar de ser
joven y ser arrastrado por la marea de los años y la vejez. Más todavía,
ser adulto hoy significa asumir responsabilidades casi con tristeza.
Es mejor perfilarse despreocupadamente: si sigo sin crecer alguien se va
a tener que hacer cargo de mí.
Y, por favor, que sea rápido porque en un rato empieza el "Bailando..."
Mariano Narodowski
Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella
Columnista Invitado
Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella
Columnista Invitado
Publicado en Síntesis educativa Martes 15 de Febrero de 2011