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CUIDADO CON LAS "ETIQUETAS"

“Tienes que ser más ordenado, considerado, menos impulsiva, más cariñoso, menos insistente, ¿acaso te estoy pidiendo tanto?”, todo dicho con ese tono que lleva detrás el mensaje de que uno hace tanto por la otra persona que, francamente, no poder hacer lo que imploramos es casi una traición.

Pero, ¿qué significa ordenado, considerado, impulsivo, cariñoso o insistente?
Para mí es más o menos claro y aunque si me piden una definición voy a tartamudear y dar algunas vueltas, probablemente termine diciendo algo así como lo que afirmó el juez supremo Potter Stewart en 1964 con respecto de la pornografía: “no voy a tratar de definirla y quizá nunca pueda hacerlo, pero la reconozco cuando la veo”.
Sí, pero mi interlocutor puede no ver lo que yo veo cuando veo algo que me parece evidentemente desordenado. Y, entonces, ingresamos en el tortuoso círculo vicioso de las etiquetas (“eres torpe”) y las predicciones (“vas a ser igualito a”), que terminan con todos sintiéndose profundamente decepcionados, frustrados y hasta traicionados.
Claro, el valor de una etiqueta es su aparente simplicidad y, también, que nos exime de descripciones más o menos largas. Pero, generalmente, apelan a la esencia de las personas y las esencias, dos mil años de filosofía nos lo enseñan, son especialmente difíciles de determinar.
¿Por qué no describir lo que queremos que los demás hagan? Por ejemplo, poner tal cosa en tal sitio a determinada hora, llamar por teléfono en una fecha significativa. Las esencias no se pueden negociar —“ya, voy a ser un poquito más ordenado, pero no tanto como me lo pides”—, mientras que las conductas sí —“ya, en ese lugar pero algo más tarde— y, además, tienen alternativas.
Es más sencillo, más justo, más práctico y más bonito.