Mi involucramiento con la
práctica educativa, sabidamente política, moral, gnoseológica, nunca
dejó de realizarse con alegría, lo que no quiere decir que haya podido
fomentarla siempre en los educandos. Pero, en cuanto clima o atmósfera
del espacio pedagógico, nunca dejé de estar preocupado por ella.
Hay una relación entre la alegría necesaria
para la actividad educativa y la esperanza. La esperanza de que
profesor y alumnos podemos juntos aprender, enseñar, inquietarnos,
producir y juntos igualmente resistir a los obstáculos que se oponen a
nuestra alegría. En verdad, desde el punto de vista de la naturaleza
humana, la esperanza no es algo que se yuxtaponga a ella. La esperanza
forma parte de la naturaleza humana. Sería una contradicción si,
primero, inacabado y consciente del inacabamiento, el ser humano no se
sumara o estuviera predispuesto a participar en un movimiento de
búsqueda constante y, segundo, que se buscara sin esperanza. La
desesperanza es la negación de la esperanza. La esperanza es una especie
de ímpetu natural posible y necesario, la desesperanza es el aborto de
este ímpetu. La esperanza es un condimento indispensable de la
experiencia histórica. Sin ella no habría Historia, sino puro
determinismo. Sólo hay Historia donde hay tiempo problematizado y no
pre-dado. La inexorabilidad del futuro es la negación de la Historia.
Es
necesario que quede claro que la desesperanza no es una manera natural
de estar siendo del ser humano, sino la distorsión de la esperanza. Yo
no soy primero un ser de la desesperanza para ser convertido o no por la
esperanza. Yo soy, por el contrario, un ser de la esperanza que, por
"x" razones, se volvió desesperanzado. De allí que una de nuestras
peleas como seres humanos deba dirigirse a disminuir las razones
objetivas de la desesperanza que nos inmoviliza.
Por todo eso me parece una enorme
contradicción que una persona progresista, que no le teme a la novedad,
que se siente mal con las injusticias, que se ofende con las
discriminaciones, que se bate por la decencia, que lucha contra la
impunidad, que rechaza el fatalismo cínico e inmovilizante, no esté
críticamente esperanzada.
La desproblematización del futuro por una comprensión mecanicista de la Historia,
de derecha o de izquierda, lleva necesariamente a la muerte o a la
negación autoritaria del sueño, de la utopía, de la esperanza. Es que,
en el entendimiento mecanicista y por lo tanto determinista de la Historia, el futuro ya es conocido. La lucha por un futuro así a priori conocido prescinde de la esperanza.
La
desproblematización del futuro, no importa en nombre de qué, es una
ruptura violenta con la naturaleza humana social e históricamente en
proceso de constitución. Recientemente, en Olinda, en una mañana como
sólo los trópicos conocen, entre lluviosa y llena de sol, tuve una
conversación, que llamaría ejemplar, con un joven educador popular que a
cada instante, a cada palabra, a cada reflexión, reflejaba la
coherencia con que vive su opción democrática y popular. Caminábamos,
Danilson Pinto y yo, con el alma abierta al mundo, curiosos, receptivos,
por las sendas de una favela donde temprano se aprende que sólo a costa
de mucha testarudez se consigue tejer la vida con su casi ausencia
-negación-, con carencia, con amenazas, con desesperación, con ofensa y
dolor. Mientras andábamos por las calles de ese mundo maltratado y
ofendido yo me iba acordando de experiencias de mi juventud en otras
favelas de Olinda o de Recife, de mis diálogos con favelados y faveladas
de alma desgarrada. Tropezando en el dolor humano, nos preguntábamos
acerca de un sinnúmero de problemas. ¿Qué hacer, en cuanto educadores,
trabajando en un contexto como ése? ¿Hay realmente algo qué hacer? ¿Cómo
hacer lo que hay que hacer? ¿Qué necesitamos saber nosotros, los
llamados educadores, para hacer viables incluso nuestros primeros
encuentros con mujeres, hombres y niños cuya humanidad es negada y
traicionada, cuya existencia es aplastada? Nos detuvimos en medio de un
camino estrecho que permitía la travesía de la favela por una parte
menos maltratada del barrio popular. Abajo, veíamos un brazo de río
contaminado, sin vida, cuya lama, y no agua, empapa los mocambos que
están casi sumergidos en ella. "Más allá de los mocambos -me dijo
Danilson- hay algo peor: un gran terreno donde se deposita la basura
pública. Los habitantes de toda esa área «hurgan» en la basura algo que
comer, algo que vestir, algo que los mantenga vivos."
Fue
en ese horror donde hace dos años una familia encontró, entre la basura
de un hospital, pedazos de un seno amputado con los que preparó su
comida dominguera. La prensa dio a conocer el hecho que cito,
horrorizado y lleno de justa rabia, en mi libro, À sombra desta
mangueira. Es posible que la noticia haya provocado en los pragmáticos
neoliberales su reacción habitual y fatalista siempre en favor de los
poderosos. "Es triste, pero ¿qué se puede hacer? Ésta es la realidad."
La realidad, sin embargo, no es inexorablemente ésta. Es ésta como
podría ser otra y para que sea otra es que los progresistas necesitamos
luchar. Yo me sentiría, más que triste, desolado y sin encontrarle
sentido a mi presencia en el mundo, si fuertes e indestructibles razones
me convencieran de que la existencia humana se da en el dominio de la
determinación. Dominio en el que difícilmente se podría hablar de
opciones, de decisión, de libertad, de ética. "¿Qué hacer? La realidad
es así", sería el discurso universal. Discurso monótono, repetitivo,
como la propia existencia humana. En una historia así determinada las
posiciones rebeldes no tienen cómo volverse revolucionarias.
Tengo derecho de sentir rabia, de
manifestarla, de tenerla como motivación para mi pelea tal como tengo el
derecho de amar, de expresar mi amor al mundo, de tenerlo como
motivación para mi pelea porque, histórico, vivo la Historia
como tiempo de posibilidad y no de determinación. Si la realidad fuera
así porque estuviera dicho que así debe ser no habría siquiera por qué
sentir rabia. Mi derecho a la rabia presupone que, en la experiencia
histórica de la cual participo, el mañana no es algo pre-dado, sino un
desafío, un problema.
Mi rabia, mi justa ira, se funda en mi
rebelión frente a la negación del derecho de "ser más" inscrito en la
naturaleza de los seres humanos. Por eso no puedo cruzar los brazos
fatalistamente ante la miseria, eximiéndome, de esa manera, de mi
responsabilidad en el discurso cínico y "tibio" que habla de la
imposibilidad de cambiar porque la realidad es así. El discurso de la
adaptación o de su defensa, el discurso de la exaltación del silencio
impuesto del que resulta la inmovilidad de los silenciados, el discurso
del elogio de la adaptación considerada como hado o sino es un discurso
negador de la humanización de cuya responsabilidad no podemos eximimos.
La adaptación a situaciones negadoras de la humanización sólo puede ser
admitida como consecuencia de la experiencia dominadora, o como
ejercicio de resistencia, como táctica en la lucha política. Doy la
impresión de que acepto hoy la condición de silenciado para mejor
luchar, cuando me sea posible, contra la negación de mí mismo. Esta
cuestión, la de la legitimidad de la rabia contra la docilidad fatalista
de cara a la negación de las personas fue un tema que estuvo implícito
en toda nuestra conversación aquella mañana.
Fuente:Pedagogía de la autonomía
Titulo original Pedagogia da autonomia
Autor: Paulo Freire
Publicado en Escuela y reproducción Social de edusanluis. com .ar