Desde el punto de vista educativo preferimos hablar de educación
emocional, acentuando que es una capacidad que se aprende y que tiene
por finalidad aumentar el bienestar personal y social.
La teoría de las inteligencias múltiples
de Gardner (1993), popularizada por Goleman, describe, entre otras, la
inteligencia intrapersonal, que permite comprenderse y trabajar con uno
mismo, y la interpersonal, que permite comprender a y trabajar con los
demás.
Ambas configuran la inteligencia emocional: capacidad de controlar y regular los sentimientos de uno mismo y de los demás y utilizarlos como guía de pensamiento y de acción; esta capacidad está en la base de las experiencias de solución de los problemas significativos para el individuo y para la especie.
Hablamos de emociones y de sentimientos. Sentimiento es el término que designa las experiencias que integran múltiples informaciones y evaluaciones positivas y negativas, implican al sujeto, le proporcionan un balance de su situación y provocan una predisposición a actuar. Hay sentimientos duraderos y estables. Las emociones serían un sentimiento breve, de aparición normalmente abrupta, que se acompaña de alteraciones físicas perceptibles (agitación, palpitaciones, palidez, rubor…).
Las habilidades que pone en juego la educación emocional pueden agruparse en cuatro bloques:
La conciencia de uno mismo: es la capacidad de reconocer un sentimiento en el mismo momento en que aparece. Requiere estar atentos a nuestros estados de ánimo y reacciones (pensamiento, respuestas fisiológicas, conductas manifiestas…) y relacionarlas con los estímulos que las provocan. La expresión voluntaria de diferentes emociones, su dramatización, es una forma de aprenderlas.
La autorregulación: cuando tenemos conciencia de nuestras emociones tenemos que aprender a controlarlas. No se trata de reprimirlas, ya que tienen una función, sino de equilibrarlas. No tenemos que controlar que no aparezcan, sino controlar el tiempo que estamos bajo su dominio. La capacidad de tranquilizarse uno mismo es una habilidad vital fundamental y se adquiere como resultado de la acción mediadora de los demás. La motivación: es la fuerza del optimismo, imprescindible para conseguir metas importantes.
Los impulsos (capacidad de resistencia a la frustración, de aplazar la gratificación), la inhibición de pensamientos negativos (para afrontar con éxito retos vitales), el estilo atribucional de éxito y fracaso, la autoestima (expectativas de autoeficacia)…
La empatía: es la experimentación del estado emocional de otra persona; la capacidad de captar los estados emocionales de los demás y reaccionar de forma apropiada socialmente. Tiene dos componentes: el afectivo y el cognitivo. El componente afectivo puede ser suficiente, los niños pequeños son un ejemplo de ello. En cambio, el cognitivo únicamente no es suficiente. Los psicópatas (trastorno de personalidad antisocial), los maltratadores, pueden “saber” cognitivamente que su víctima sufre, pero pueden continuar haciéndole daño porque son incapaces de “sentir” el dolor que le producen, no hay emoción.
Estos aspectos están poco o nada desarrollados en nuestro sistema educativo. Hace falta una intervención sistemática en educación emocional ya desde las etapas de Educación Infantil y Primaria para prevenir las conductas antisociales posteriores .El proceso que debe seguir un colectivo para aprender a hacer las cosas juntos, respetando la diversidad de sus miembros y aprovechando las potencialidades de cada uno, es largo. No es suficiente con hacer “algunas actividades” de vez en cuando.
Ambas configuran la inteligencia emocional: capacidad de controlar y regular los sentimientos de uno mismo y de los demás y utilizarlos como guía de pensamiento y de acción; esta capacidad está en la base de las experiencias de solución de los problemas significativos para el individuo y para la especie.
Hablamos de emociones y de sentimientos. Sentimiento es el término que designa las experiencias que integran múltiples informaciones y evaluaciones positivas y negativas, implican al sujeto, le proporcionan un balance de su situación y provocan una predisposición a actuar. Hay sentimientos duraderos y estables. Las emociones serían un sentimiento breve, de aparición normalmente abrupta, que se acompaña de alteraciones físicas perceptibles (agitación, palpitaciones, palidez, rubor…).
Las habilidades que pone en juego la educación emocional pueden agruparse en cuatro bloques:
La conciencia de uno mismo: es la capacidad de reconocer un sentimiento en el mismo momento en que aparece. Requiere estar atentos a nuestros estados de ánimo y reacciones (pensamiento, respuestas fisiológicas, conductas manifiestas…) y relacionarlas con los estímulos que las provocan. La expresión voluntaria de diferentes emociones, su dramatización, es una forma de aprenderlas.
La autorregulación: cuando tenemos conciencia de nuestras emociones tenemos que aprender a controlarlas. No se trata de reprimirlas, ya que tienen una función, sino de equilibrarlas. No tenemos que controlar que no aparezcan, sino controlar el tiempo que estamos bajo su dominio. La capacidad de tranquilizarse uno mismo es una habilidad vital fundamental y se adquiere como resultado de la acción mediadora de los demás. La motivación: es la fuerza del optimismo, imprescindible para conseguir metas importantes.
Los impulsos (capacidad de resistencia a la frustración, de aplazar la gratificación), la inhibición de pensamientos negativos (para afrontar con éxito retos vitales), el estilo atribucional de éxito y fracaso, la autoestima (expectativas de autoeficacia)…
La empatía: es la experimentación del estado emocional de otra persona; la capacidad de captar los estados emocionales de los demás y reaccionar de forma apropiada socialmente. Tiene dos componentes: el afectivo y el cognitivo. El componente afectivo puede ser suficiente, los niños pequeños son un ejemplo de ello. En cambio, el cognitivo únicamente no es suficiente. Los psicópatas (trastorno de personalidad antisocial), los maltratadores, pueden “saber” cognitivamente que su víctima sufre, pero pueden continuar haciéndole daño porque son incapaces de “sentir” el dolor que le producen, no hay emoción.
Estos aspectos están poco o nada desarrollados en nuestro sistema educativo. Hace falta una intervención sistemática en educación emocional ya desde las etapas de Educación Infantil y Primaria para prevenir las conductas antisociales posteriores .El proceso que debe seguir un colectivo para aprender a hacer las cosas juntos, respetando la diversidad de sus miembros y aprovechando las potencialidades de cada uno, es largo. No es suficiente con hacer “algunas actividades” de vez en cuando.
En este sentido al profesorado nos falta
formación y herramientas para afrontar este aspecto con garantía de
éxito. Trabajar para mejorar la convivencia como marco en que se apoyen
el resto de los aprendizajes debe ser una opción del Centro. Un programa
de educación emocional debe tener como prioridad a los maestros, que
en definitiva son quienes tienen que llevarlo a término.
Ferran Salmurri (2002) ha realizado un
programa de intervención para escuelas de Primaria. Primero sólo trabaja
con los maestros, partiendo de las hipótesis que el estado de ánimo de
los adultos influye en los alumnos, que nuestro estado de ánimo depende
de nosotros y que podemos aprender. Después son los maestros los que
trabajan con los alumnos. Este sistema produce doble beneficio: para el
maestro y para los alumnos. Con más recursos emocionales aumenta la
tolerancia a la frustración y cuanta más salud mental, más
rendimiento escolar.
La educación emocional tiene que formar
parte del currículum. Además de la sesión semanal sistemática, tiene que
integrarse en la tarea diaria del maestro. Acostumbrarse a preguntar:
cómo te sientes, cómo crees que se siente el otro, cómo te sentirías en
su lugar, por qué crees que has hecho esto, qué habrías podido hacer en
lugar de esto… puede ayudar a entender las motivaciones que están en la
base de los conflictos y empezar a resolverlos.
Podemos ubicar las sesiones dentro del
área de Lengua, ya que en definitiva se trata de hablar, escuchar, leer y
escribir. Y se manejan diferentes tipologías textuales: argumentación,
exposición, resumen, diálogo, narración…
Es muy importante resaltar la
importancia de la educación emocional como eje vertebrador de la
convivencia. Estrechamente vinculada a la salud mental y a la calidad de
vida, la educación emocional emerge como un aspecto imprescindible para
afrontar los profundos cambios estructurales y sociales que se
producen. Repensar la educación desde estos parámetros es – como señala
el Informe Delors – una utopía necesaria.